sábado, 28 de marzo de 2009

MOMENTOS MÁGICOS

No podemos pedir a nuestros hijos que vuelvan por muchas ansias que tengamos de abrazarles. No pueden, se han ido para siempre. Sí, tal cómo eran se han ido para siempre, aunque nos duela. Pero sí pueden volver a nuestros corazones. Están presentes en nuestra vida de otra manera. Yo hablo con mi hijo cuando quiero y me acompaña algunas veces a los lugares más insospechados. Por ejemplo, tumbada en la silla del dentista, con la boca abierta y la luz cegadora en la cara, cierro los ojos y hablo con Ignacio. Porque hablar con él, aunque sea sin palabras, para mí es un bálsamo. He comprobado que estos momentos mágicos surgen con mayor facilidad cuando me siento amorosa; cuando la ansiedad o el miedo no enturbian mi alma. Como si el velo que nos separa fuese más ténue cuando entoy en paz, alegre y sosegada.

CONFIAR EN QUE TODO PASA

Durante el duelo hay días negros, muy negros. Son días de angustia, de desgarradora locura. Días en los que lo que habíamos logrado se disuelve y se convierte en nada. El dolor es intenso y estamos agotados, profundamente agotados. Cuando yo me encontraba así, recurría a dos cosas: una, pedir ayuda “a los de arriba”, así nombro yo a los seres de luz que nos guían. Otros les llaman ángeles, insconsciente, maestro interior, fuerza superior… El nombre es lo de menos. Yo no podía con mi alma y me entregaba a ellos, les pedía energía, claridad, luz.

La otra cosa era confiar en que todo pasa. Porque todo pasa, lo terriblemente malo y lo bueno, todo pasa. Se trata de resistir hasta que la niebla se desvanece y despacio, muy despacio volvemos a la vida.

miércoles, 25 de marzo de 2009

CUANDO LLEGA LA PRIMAVERA


Durante el duelo los cambios de estación duelen, y mucho más el primer año. La primera primavera sin nuestro hijo es insufrible. De repente a nuestro alrededor el mundo renace; las flores, los árboles, todo vuelve a la vida menos él o ella. A mí, la primera brisa cálida en la cara me partía el alma, volvía a abrir la herida, y la añoranza, las ganas enormes de volver a abrazar a mi hijo me invadían, aunque hubiesen pasado ya muchos años de su ausencia. Cuando la tierra despierta, también despierta la tristeza. Entonces, no nos queda más remedio que darle la bienvenida, hacernos amigos de ella. La tristeza y yo hemos compartido muchos días, juntas hemos paseado bajo los primeros rayos del sol de muchas primaveras y todavía me visita de vez en cuando, aunque sé que la vida y la muerte son lo mismo y que morir aquí significa renacer en otro lado.

domingo, 8 de marzo de 2009

NUESTROS HIJOS NO SON NUESTROS (DIARIO)

30 de junio de 1999

(mediodía)

A jaime sólo le ha quedado una asignatura, castellano. Tienen mucho mérito éstas notas, se las ha ganado a pulso. Le veo bien.

Mañana se va a Menorca en bici, de campamentos, con su grupo del CAU. Toda una aventura. Este verano crecerá mucho en todos los sentidos y yo he de aprender a dejarle volar, a respetar sus secretos, su vida, a mirarle sin exigirle. Nuestros hijos no son nuestros. Ellos tienen su propio destino y han de aprender solos a construir su camino. Podemos aconsejarles, orientarles, pero siempre teniendo presente que su vida no es la nuestra, que tienen otras necesidades. No es fácil para las madres separarnos de ellos. Los hemos tenido dentro, son parte de nuestro cuerpo y sin darnos cuenta les convertimos en una prolongación de nosotras mismas. Pero ellos tienen una entidad propia, unas particularidades concretas y muchas cosas que aprender que pueden tener o no relación con nosotros pero que, en definitiva, sólo ellos pueden resolver. No tenemos derecho a usurparles su existencia. Es suya y han de hacer con ella lo que mejor sepan. Le pido a la fuerza del bien, al infinito, que me ayude a educarle para convertirle en un hombre, en el sentido más amplio de la palabra.