miércoles, 28 de abril de 2010

PONER ORDEN

Estos días ando atareada poniendo orden a mis emociones revueltas. Con la llegada de las golondrinas, que revolotean alocadas en el cielo azul de Barcelona desde hace ya unos días, se despierta en mí un desasosiego que no cesa hasta que encuentro un lugar para cada uno de mis sentimientos. Este año, además, me he dado cuenta que me toca hacer limpieza a fondo y deshacerme de un montón de maneras de hacer viejas que ya no me sientan bien. Por ejemplo, a mi me cuesta dejarme cuidar, me es más fácil dar que recibir y eso, cuando toma las riendas, me rompe la armonía, me desequilibra, me bloquea. Es un mal que arrastramos muchas mujeres –de mi familia pocas se salvan–, que yo ya no quiero, y he colocado en la pila de las cosas para tirar. Me he puesto manos a la obra y estoy intentando hacer mía la frase: ‘cuanto más amor acepto, más amor tengo para dar’. De momento tengo el alma patas arriba y, sentada en el suelo del desván donde acumulo todo lo que arrastro, estoy desgranando a ciegas mis angustias, esas que forman la piedra grande que me oprime el pecho cuando el corazón se siente incómodo porque le falta espacio para respirar la vida.

domingo, 18 de abril de 2010

LA FUERZA DEL AMOR

Estos días he estado leyendo “El Hombre en Busca de Sentido”, del psiquiatra vienés Víctor Frankl. Este gran hombre, creador de la Logopetapia, pasó tres años en distintos campos de concentración durante la II Guerra Mundial y su testimonio de superación es de un valor incalculable. Él fue el único superviviente de su familia, sus padres y su mujer murieron. Hay muchas partes del libro que me han llegado al alma, que han acrecentado la confianza en mi misma, al contagiarme de la suya, como la siguiente:

…La oscuridad del alba nos hacía caminar a tientas, y así tropezábamos con las piedras y pisábamos los charcos de aquella única carretera de acceso al campo. Los guardianes nos conducían a culatazos de sus rifles sin dejar en ningún momento de chillarnos. Los que andaban con los pies llagados se apoyaban en el brazo de su vecino. Apenas se oía una palabra entre nosotros porque el viento helado no propiciaba la conversación. Con la boca protegida por el cuello de la chaqueta, el hombre que marchaba a mi lado me susurró de improviso: “¡Si nuestras mujeres nos vieran ahora! Espero que ellas estén mejor en sus campos y desconozcan nuestra situación”. Sus palabras avivaron en mí el recuerdo de mi esposa.

Durante kilómetros caminábamos a trompicones, resbalando en el hielo y sosteniéndonos continuamente el uno al otro, sin decir palabra alguna, pero mi compañero y yo sabíamos que ambos pensábamos en nuestras mujeres. De vez en cuando levantaba la vista al cielo y contemplaba el diluirse de las estrellas al tiempo que el primer albor rosáceo de la mañana se dejaba ver tras una oscura franja de nubes. Pero mi mente se aferraba a la imagen de mi esposa, imaginándola con una asombrosa precisión. Me respondía, me sonreía y me miraba con su mirada cálida y franca. Real o irreal, su mirada lucía más que el sol del amanecer. En este estado de embriaguez nostálgica se cruzó por mi mente un pensamiento que me petrificó, pues por primera vez comprendí la sólida verdad dispersa en las canciones de tantos poetas o proclamada en la brillante sabiduría de pensadores y filósofos: El amor es la meta última y más alta a la que puede aspirar el hombre. Entonces percibí en toda su hondura el significado del mayor secreto que la poesía, el pensamiento y las creencias humanas intentan comunicarnos: la salvación del hombre solo es posible en el amor y a través del amor. Intuí como un hombre, despojado de todo, puede saborear la felicidad –aunque solo sea un suspiro de felicidad- si contempla el rostro de su ser querido…

Mi mente se aferraba a la imagen de mi mujer. De pronto me asaltó una inquietud: no sabía si aún vivía. Sin embargo ahora estaba convencido de una cosa: el amor trasciende la persona física del ser amado y encuentra su sentido más profundo en el ser espiritual del otro, en su yo íntimo. Que esté o no presente esa persona, que continúe viva o no, de algún modo pierde su importancia…”

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jueves, 15 de abril de 2010

SANT JORDI

El 23 de abril es una fiesta especial en mi ciudad. Es el día de los libros y las rosas. Este año, tengo el honor de estar en el stand del padre Manuel, en la plaza Bosanova, de 13h a 14:30h, firmando el libro de la Fundación Maite Iglesias y el mío, “Volver a Vivir”. Estaré encantada de abrazar a todas las personas que se acerquen a saludarnos.

martes, 13 de abril de 2010

LIBRO DE LA FUNDACIÓN MAITE IGLESIAS

Esta obra, que acaba de salir a la calle, es un homenaje a quince mujeres que, a pesar de atravesar situaciones muy graves —pobreza, minusvalías, drogadicción, desamparo…—, supieron aprovechar las oportunidades que les brindó la vida y es, también, un valioso testimonio de la inmensa labor solidaria que se está llevando a cabo en países de todo el mundo.

15 historias de éxito, autosuperación y solidaridad de 15 mujeres menores de 30 años que recibieron la ayuda de la Fundación Maite Iglesias Baciana

Con la participación de Francesc Miralles, Mercè Castro, Martí Gironell, Josep López Romero, Jordi Cadena, Marta Sevilla, Xavier Guix, Miriam Subirana, Ferran Ramon-Cortés, Marta Ligioiz, Sara Closas, Fady Bujana, Jordi Vicente, Santi López-Villa y Anna Forés

El importe íntegro de la venta de este libro irá destinado a la obra solidaria de la Fundación Maite Iglesias Baciana.

Desde hace quince años, Maite Iglesias Baciana, Fundación Privada viene desarrollando un trabajo de ayuda nacional e internacional ofreciendo a mujeres de todo el mundo en situación de riesgo social la posibilidad de formarse y prepararse para emprender una vida mejor.

Este libro recoge quince relatos inspirados en historias reales protagonizadas por mujeres que, gracias en primer lugar a su espíritu de superación y a ser fieles a sus sueños, y con la ayuda financiera de la fundación y las organizaciones que colaboran con ella, consiguieron emprender su viaje de crecimiento y subirse al tren que las

conduciría a cumplir sus sueños.

La Fundación Privada Maite Iglesias Baciana se constituyó hace ahora quince años con

la finalidad de ayudar bajo todas las formas posibles a mujeres menores de treinta

años que sufren cualquier tipo de dificultad.


Del prólogo de Jaume Iglesias, presidente del patronato de la Fundación:

La Fundación Asistencial Privada Maite Iglesias Baciana (FMIB) cumple sus primeros quince años de vida. En el año 1994, la familia Iglesias Baciana perdió a su hija pequeña a los veintiocho años de edad, víctima de una inesperada y repentina enfermedad (un fulminante aneurisma cerebral). Maite, licenciada en Ciencias Empresariales y MBA por ESADE, estaba empezando una vida profesional prometedora para la cual se la consideraba especialmente preparada por su formación y dotes personales. Al año siguiente, en 1995, su familia decidió constituir una Fundación, de carácter benéfico privado, sin ánimo de lucro y con la finalidad de ayudar bajo todas las formas posibles a mujeres jóvenes menores de treinta años que sufren cualquier tipo de dificultad, fundamentalmente la económica, pero sin excluir la religiosa o moral.

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sábado, 10 de abril de 2010

LA EXISTENCIA ES AMOR


¿Adónde van las personas que mueren? A cada uno nuestro corazón nos ofrece una respuesta, si lo escuchamos sin prejuicios. El mío dice que al morir despertamos en una realidad distinta, un lugar brillante, de colores intensos, que es posible recorrer solo con el pensamiento. Allí recobramos una destreza y una memoria antiguas. Como los actores al finalizar la obra, volvemos a ser lo que somos, lo que siempre hemos sido. Pero igual que ellos se enriquecen con la interpretación del personaje al que dan vida, el alma después de la muerte despierta engrandecida. Allí nos cae el velo de los ojos y comprendemos que la existencia es amor. Lo demás es decorado.

Por eso, aunque duele la añoranza de la ausencia, siento a mi hijo y a todos mis muertos vivos.

lunes, 5 de abril de 2010

DÍAS DE PRIMAVERA

Durante la primavera, las emociones despiertan alocadas, con ímpetu, como lo hace la propia vida. No es una estación fácil para las personas en duelo, ¿pero cuál lo es? Todas encierran recuerdos, días especiales, aniversarios… Quizá en primavera, cuando todo vuelve a nacer, la nostalgia de las ausencias se hace más presente. Mis primeras primaveras fueron duras, muy duras, como imagino lo son las de las madres y padres que empiezan ahora su camino de duelo. Por eso, me gustaría tomarles de la mano y susurrarles que todo pasa, que a los días negros les siguen otros mejores, que tengan esperanza, que no desfallezcan. Que la vida duele, sí, pero también es hermosa. A mi me encantaría dejar a todos los hijos de herencia la belleza. Que Jaume pudiera gozarla porque la ha visto en mis ojos. Porque sé que la dulzura que atesoramos alegra el alma de nuestros seres queridos muertos, acorta la distancia entre los dos mundos y es más fácil sentirlos en nuestros corazones.

domingo, 4 de abril de 2010

ACOMPAÑAR A LOS ENFERMOS TERMINALES


“Que no se vayan con dolor, que no se vayan solos, que no se vayan con miedo”, esto es lo que dijo la Dra. Begoña Román, en las jornadas sobre el Acompañamiento al Duelo y la Enfermedad, que se celebraron hace unas semanas en la Universidad de Lleida, organizadas por distintos grupos de duelo y el calor de Anna Maria Agustí. Creo que este sentimiento lo compartimos todos.

La muerte de nuestros seres queridos es tan inevitable como la nuestra. ¿Qué podemos hacer para ayudarles, para que lleven a cabo ese tránsito sublime de la mejor manera posible? “Cuando no hay nada por hacer, -dijo Román- queda mucho por hacer”, hasta el último suspiro podemos reconfortarles. Hace unos años, antes de la muerte de Ignasi, acompañé a una amiga que murió de cáncer. Ella no hablaba de su próxima muerte, no podía, pero yo tampoco intenté animarla con falsas expectativas del tipo “ya verás como te pondrás bien y cuando llegue San Juan volveremos a celebrar una verbena preciosa”, para qué ofrecerle ilusiones infundadas si ella sabía, como yo, que le quedaba muy poquito, que estábamos en primavera y era su última primavera, que ya no pasaríamos más veranos juntas. Por eso, porque no le mentía, aunque omitiéramos hablar de la muerte, me permitía estar con ella. Conmigo no tenía que hacer el esfuerzo de aparentar esperanzas vanas. Me sentaba a su lado –ella apenas podía moverse de la cama- y le ayudaba a relajarse, a destensar los músculos agarrotados por el miedo y el dolor, como me había enseñado mi profesora de yoga. “Toma aire despacio, por la nariz, y lentamente condúcelo hasta tu vientre, procura que se hinche como un globo. Luego poco a poco ves sacando el aire, sin prisas”. Hacíamos respiraciones lentas y profundas hasta que se calmaba. Muchos de los ratitos que pasé junto a ella los pasamos en silencio. Para que este silencio acompañe es preciso no estar ausentes, quiero decir con la mente puesta en otro lado. Se acompaña con todo el ser, no sirve solo la presencia. Para conseguirlo, yo echaba mano de un ejercicio que aprendí en “El Libro Tibetano de la Vida y de la Muerte”: al inspirar, me imaginaba que me llevaba su dolor y al espirar le mandaba el amor del Universo.

No se puede acompañar más allá de lo que uno ha llegado, por eso agradezco que mi amiga Bugui no quisiera hablar de su muerte. Se hubiese topado con mis angustias y temores y no le hubiese podido ofrecer serenidad. Para poder hablarle con sosiego de la muerte a un moribundo hay que tener resueltos nuestros miedos. Para “saber estar” en una situación así hay que haber estado antes con nuestro propio dolor, curando nuestras heridas, mirando de cara a la vida, queriéndola entera, completa, ¿cómo si no podremos acercarnos al dolor de los otros?