En mi país adelantaron ayer una hora el reloj. Estamos en otoño y, simbólicamente, el cambio horario es como el pistoletazo de salida de la hibernación, del recogimiento. Los días a partir de ahora son más cortos, la luz más rosada, menos contrastada, quizá más nostálgica. En este hemisferio la naturaleza ha empezado a extender un manto de letargo y, con suavidad, nos empuja a mirar en nuestro interior, a entrar en nosotros mismos. Es un buen momento para sentarnos sin prisas y reescribir nuestra vida. Cada día tenemos la oportunidad de crear nuestro futuro. Tal vez hasta hora el argumento es triste y desgarrado. Pues bien, vamos a introducir escenas alegres en nuestro día a día. Entre una nube de dolor y otra, aunque el rayo de sol dure un instante, hay tiempo suficiente para los abrazos, para dejarnos mimar y acariciar a los que queremos, para mirar con dulzura a nuestros hijos, tener un pensamiento cariñoso para las personas que amamos, preparar a los nuestros su comida favorita, disfrutar de una cena con velitas… Con la profunda convicción de que crear amor, belleza y armonía, en vez de empañar, amplifica el amor que sentimos por los que se han ido. Ellos viven en nosotros porque todos somos Uno y hacer de nuestra vida un lugar agradable, crear escenas bonitas que reconforten su alma es nuestro mejor regalo.
El tiempo acompaña y el teatro de la vida esta lleno, no importa que estemos tristes, tenemos la fuerza suficiente para representar una obra amorosa. Al principio del duelo, como ocurre en los primeros ensayos, nos sentiremos inseguros, torpes, angustiados… No hay que dejarse llevar por el desaliento aunque desfallezcamos. Con perseverancia, la obra irá cogiendo cuerpo y al final habrá valido la pena el esfuerzo. Cada alma que trasciende su dolor enciende una vela de amor que ilumina el camino que tarde o temprano, por un motivo u otro, tenemos que recorrer todos.
Tenemos el poder de reescribir nuestra vida, no demos la culpa a los demás de lo que sentimos, en nuestro corazón mandamos nosotros, aunque nos de miedo admitirlo.